El beso- no primero sino único- comenzó cuando los dos eran niños pequeños. Ella buscaba agua en el desierto con una vara de dos puntas y él, trenzaba tamariscos para coronarla. Jugaban a rodar cardos; a adivinar de qué pájaro era el nido que se veía tan alto; a investigar sapos y a contar mariposas de alas no amarillas (porque todas las mariposas corrientes llevan alas amarillas).
Más o menos por ahí, un día que pudo ser cualquiera, sus bocas se encontraron.
Un beso largo que atravesó la sequía del treinta y su olor a vinchuca, la inundación de Urre Lauquen, la muerte del Julio y del Tucán los perros y alguna que otra cosa. Persistió la humedad, ese rocío de playa y un gustito como de arroz con leche, mientras todo pasaba.
Más o menos por ahí, en un día que pudo ser cualquiera, sus bocas se encontraron.
Relámpagos, tormentas, aguaceritos con siesta, tortas fritas, niños hasta una vacación en la montaña fría pasó, y todavía se siguen besando.
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