Los dos tenían 5 años. Septiembre, Octubre, un mes de diferencia y nada más. Ella trenzas como la china del cabo Sabino y él, nariz aguileña como Jakaroe.
Luego vino - o siguió- la vida.
Primaria, secundaria y ahí otra vez, vecinos de banco: Septiembre le hacía los dibujos y Octubre resolvía la regla de tres simple. Simple. Secundaria, terciario y la universidad. Septiembre pintó paisajes espinudos, hacía escultura de chapa, mientras Octubre "ubreaba" ( del verbo ubrear como soñar, volar, amar...) . Un día, él se apareció con aquel cuadro en dónde un río seco mojaba apenas, el borde de una boca. Desmejorado septiembre sin lluvia, sin flor; pálido y seco como ese cuadro río. Ocubre ni que si ni que no, le brindó caricias y remedios escasos que no lo detuvieron ni contuvieron y ¿vieron? se marchó.
Luego siguió la vida.
Octubre ubrea bajo y Septiembre, desnudo, con la cabeza verde, anda por las calles perdido como un loco. Una pena que nunca pasara nada en esos meses; a veces pienso que si se tocaban más allá del borde del cuadradito de los calendarios de... hubieran formado una familia.
1 comentario:
Así son los extraños juegos de la vida, que te hacen encontrarte y desencontrarte de algunos que viven colgados a tu historia como llaveros que a veces no se ven, pero a menudo suenan. :) Lindo relato.
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