Amparo nació en el circo: parto fácil y con pirueta de su mamá trapecista. El padre, administrador y domador de tres tristes tigres. La carpa de colores rodó, rodó por todo el mundo con su magia, su música y las jaulas olorosas de los animales. La tía Matilde, encargada de presentar cada número con voz de locutora, cuidaba de Amparito y transmitia (lé) su disgusto por tener animales: Le digo a tu papá que no está bien, que por qué no ponemos luces nuevas, aguas que bailen, en vez de adiestrar esos bichos que mejor estarían en ¡la selva!... El elefante Mario me mira y sufre, yo lo sé. Así asi así chiribín pin pin...pasa el circo por pueblos y ciudades. Por los años de los años. Pasa, hasta que un día en el que Matilde y Amparo salen a pasear con Mario, el cielo se pone rojo encima de la carpa. Luminosas lenguas consumen pasto, tablas, casillas, payasos...todo, todo se hace carbón finito por el aire y todo-nada queda. Ululan las sirenas de los bomberos, las lágrimas de miles de ojos de vecinos de la ciudad, más las mías- que estoy viviendo la historia- apagan el incendio. El elefante Mario ayuda con su trompamanguera mientras Amparo y tía se perplejean mirando. Rojo, rosa, naranja, verde, celeste, blanco, negro, gris, gris, gris... y en tanto se reflejan todos los colores, el corazón Matilde se detiene pa ra (aah) siem pre (ehhsshh).
No queda nadie más. Amparo, el elefante y esos mundos de circo que andan por ahí.
*En Minúsculas. 2010
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