Postal
y magia
Era
la hora de la siesta. Era el sol de primavera en la pampa. Caliente, pero no tanto. Luminoso,
pero no tanto y yo, que daba vueltas con el auto, triste, pero no
tanto. El negro estaba en la esquina, acuclillado y con el morro alto
como un vigía falso que no ve ni vigila nada. Pelo corto, una mancha
marrón en el lomo y las orejas en punta. Completamente
ido, completamente entregado al sol sobre el hocico. ¿Cómo puede
conservar la postura estando tan ausente? Maravilloso ─maravilloso─
pensé,
e inmediatamente vi al otro. Peludo, desparramado, las patas hacia el
sol con la panza expuesta, rosa como las flores de todos los ciruelos
de la ciudad hoy. Maravilloso.
─Maravilloso─
volví
a pensar e inmediatamente
me
convertí en perro.
* En Menta. ediciones Orillera 2011
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